Conductas parasitarias / DIAGONAL
Texto de Fottini Kalle
Traducido por María José Castro
30/07/15
Durante los años 60 y 70, el arte performativo fue considerado una forma artística subversiva. Desafiaba cuestiones sociales, políticas y culturales contraponiendo la distancia creciente entre mente y cuerpo, arte y vida, ámbito público y privado. La radicalidad de las intervenciones consiguió apuntar lo que se escondía bajo la superficie, la alienación de la condición humana, y exponer la relación del yo con el otro. Todo se cuestionaba a la luz de nuevos conceptos sobre la función de las estructuras socioeconómicas en la creación de identidad. El yo ya no se percibía como un sujeto autónomo y autodefinido, sino como un sujeto en conflicto y rendición constantes ante el orden simbólico imperante.
Con el paso de los años, el arte performativo se convirtió en un elemento importante del mundo del arte, perdió la radicalidad en su intervención, pero continuó explorando el terreno de deslices y síntomas que genera esa relación antagónica. Eso explica por qué artistas como Tania Bruguera se refieran al arte performativo como “conducta”, relacionándolo con la realidad y con el sujeto desgarrado e incompleto de nuestra época. Las obras de arte “conductivistas”, a menudo abstractas, latentes o aberrantes, intentan desvelar lo imposible de la normalidad y presentar lo que se rechaza al mantener una pretensión de armonía en la sociedad.
A través de la idea central de Michel Serres sobre el parásito como laberinto del lenguaje, las confusiones y los malentendidos de una conversación, el ruido de fondo en las transmisiones o la confusión automática de la comunicación actual (que también activa procesos de pensamiento), se sugiere afrontar las obras de arte performativas como conductas parasitarias, producidas por y dentro del propio sistema. Se sugiere imaginar ese “ruido” como núcleo, como fuerzas creativas y no como efectos colaterales de un sistema, que proponga estructuras potenciales de acción más complejas y efectivas.